El cuerpo humano es eléctrico

El cuerpo humano es eléctrico

Es correcto afirmar que el cuerpo humano tiene componentes eléctricos y que se producen procesos eléctricos en el cuerpo. El sistema nervioso, por ejemplo, utiliza señales eléctricas para transmitir información entre las células nerviosas. Estas señales eléctricas, conocidas como impulsos nerviosos, permiten la comunicación y coordinación de las funciones del cuerpo.

Además del sistema nervioso, también existen otros sistemas en el cuerpo que tienen actividad eléctrica. Por ejemplo, el corazón genera impulsos eléctricos que regulan su ritmo y función de bombeo. Los músculos también se activan mediante señales eléctricas para contraerse y permitir el movimiento.

La actividad eléctrica en el cuerpo se debe a la interacción de los iones cargados presentes en las células. Los iones, como el sodio, el potasio y el calcio, tienen cargas eléctricas y pueden moverse a través de las membranas celulares, generando así corrientes eléctricas.

Además, se ha demostrado que la piel y otros tejidos del cuerpo humano pueden generar y transmitir campos eléctricos débiles. Estos campos eléctricos débiles, conocidos como bioelectricidad, pueden tener funciones importantes en el proceso de curación y regeneración celular.

En resumen, el cuerpo humano exhibe actividad eléctrica a través de su sistema nervioso, el corazón, los músculos y otros procesos biológicos. La bioelectricidad desempeña un papel crucial en la comunicación y coordinación de las funciones del cuerpo, y su estudio ha contribuido al avance de la medicina y la comprensión de la fisiología humana.

El cuerpo humano es eléctrico

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El cuerpo humano es eléctrico. Todos nosotros echamos chispas: la electricidad de nuestro cuerpo. El cuerpo humano, como el del resto de animales, transporta bioelectricidad. ¿Sabes para qué la utilizan nuestras células? En este recurso se analiza este fenómeno de forma clara para niños de 7- 8 años.

¿Qué hacemos para que funcionen la tele, el ordenador, la aspiradora…o el secador? Los conectamos a un enchufe, que da electricidad. La electricidad la llevan los electrones, que forman parte de los átomos. Su tamaño es muy pequeño y son muy rápidos, y «corren” por los cables cuando los conectamos a una diferencia de potencial eléctrico. Así funciona la electricidad en casa. Pero ¿sabías que nosotros también tenemos electricidad en nuestro cuerpo? Y lo mejor de todo: ¡No necesitamos enchufarnos a nada para que funcione!

En nuestro cuerpo, así como el de animales, plantas y bacterias existe un tipo especial de electricidad que es esencial para su función, y que por ser la electricidad asociada a procesos biológicos se llama «bioelectricidad”. En este caso, la electricidad funciona con iones. Los iones son átomos a los que les faltan o sobran electrones ¡iguales que los que van por los cables en casa!. Pues bien, las células dejan entrar y salir estos iones (y sus electrones), y así transportan electricidad.

¿Cómo entran y salen los iones de las células? Para ello existe un control muy estricto, porque la bioelectricidad es como la electricidad de casa: tiene interruptores, y no siempre tiene todo encendido o apagado. En la membrana de las células, que separa el interior del exterior, existen unas proteínas que se llaman «canales iónicos” y otras que se llaman «transportadores iónicos”. Al igual que la electricidad en casa, la fuerza que hace que se muevan los iones es el cambio del potencial eléctrico (a través de la membrana), pero también se mueven dependiendo de la cantidad de iones que haya dentro y fuera de la célula. Estas dos fuerzas juntas se llaman potencial electroquímico, y cuando los canales están abiertos, los iones se mueven «a favor” de él.

Figura 1. Los canales iónicos pueden ser de muchos tipos y se localizan en la membrana celular, como guardianes y protectores de la célula frente a su entorno.

Existen muchos tipos de canales y transportadores que se encienden o se apagan en respuesta a diferentes estímulos. Algunos se regulan con el movimiento de la membrana de la célula (cuando nos aprietan la mano, por ejemplo); otros, cuando detectan la presencia de sustancias concretas (tanto las que provienen de nuestro propio cuerpo -como los neurotransmisores, las hormonas, u otros iones-, o las que ingerimos del exterior, como la cafeína); incluso el calor o el frío pueden actuar sobre los diferentes tipos de canales o transportadores, para producir bioelectricidad. Y éstos ¡son sólo algunos ejemplos!

Pero además, la variedad de los canales iónicos también reside en que no todos dejan pasar cualquier tipo de ión. Así, hay canales específicos para iones sodio (Na+), potasio (K+), calcio (Ca2+) y Cloro (Cl-). Algunos de ellos no distinguen y dejan pasar más de una clase de ión a la vez (positivos o negativos). Los transportadores dejan a menudo pasar más de un tipo de ión, pero de forma «ordenada”. Por ejemplo, la sodio-potasio ATPasa (que todas nuestras células tienen) deja entrar dos iones potasio y salir tres iones sodio.

¿Sabes para qué utilizan nuestras células esta electricidad? Pues para muchos más procesos de lo que crees. A modo de ejemplo: gracias a la bioelectricidad funcionan los ojos, el músculo, el cerebro y el corazón.

En el ojo existen dos clases de células, los conos y los bastones, que tienen un tipo especial de canales iónicos activados por nucleótidos cíclicos. La luz activa una enzima en la célula que rompe dichos nucleótidos, y por tanto los canales se cierran. La apertura o cierre de estos canales es el interruptor que indica al cerebro si hay luz o no.

Nuestro cerebro está formado por miles de células que se llaman neuronas. En las membranas de las neuronas existe una batería de canales que hacen posibles cambios concertados en el potencial de membrana (en otras palabras, la carga eléctrica dentro y fuera de la célula) produciendo «potenciales de acción”. Las neuronas están conectadas unas a otras en zonas celulares concretas llamadas sinapsis, a través de las cuales los potenciales de acción pueden pasar de una neurona a otra. La frecuencia con la que se producen estos potenciales de acción, su forma y otras características constituyen un lenguaje. Así, las neuronas «hablan” unas con otras. A veces se ayudan (sinapsis «excitatorias”) y otras se frenan unas a otras (sinapsis «inhibitorias”). En conjunto, este funcionamiento hace que aprendamos, tengamos memoria, podamos oír, ver, sentir y soñar. Y también manejar al resto del cuerpo, porque el cerebro manda sobre todo lo que hacemos… para que lo hagamos bien.

En el corazón y en el músculo, la electricidad se usa para producir movimiento. El corazón es muy importante porque empuja la sangre para que llegue a todas las partes de nuestro cuerpo. Imagínate un globo lleno de agua; apriétalo, ¿Qué pasa? El agua quiere salir, ¿Verdad? Pues así se contrae el corazón y empuja a la sangre, que es como el agua del globo. Ahora, si sueltas el globo, se relaja, y el agua vuelve a su lugar. La electricidad del corazón hace lo mismo que tu mano: lo aprieta y lo relaja, por turnos, y hace que funcione. El corazón, al igual que las neuronas, también funciona con potenciales de acción, que en este caso se llama el potencial cardíaco. En este caso, la frecuencia con la que se produce este potencial marca la velocidad a la que late tu corazón. Cuando hacemos ejercicio, el cerebro manda señales al corazón para que los canales funcionen produciendo potenciales más rápidos y bombear más rápido la sangre.

Y hablando de ejercicio… ¿sabes que pasa en el músculo cuando corres? Los músculos de tus piernas también utilizan la bioelectricidad para funcionar. Ahora imagínate una goma elástica. Estírala. Se hace más larga, ¡y tiene fuerza! Ahora suéltala. Verás que vuelve a su tamaño normal. La electricidad en el músculo hace eso que tú haces con la goma, y ayuda a tus piernas a moverse, para correr y saltar. En el músculo, los potenciales de acción hacen que las células liberen calcio, lo cual activa un proceso en el que tres proteínas muy importantes (la tropomiosina, la actina y la troponina) que forman la «goma”, se estiren o se contraigan y ayuden al músculo a funcionar.

Y antes de terminar, nos queda una duda: Si no necesitamos enchufarnos a nada para usar toda esta electricidad, ¿dónde está nuestra batería? Pues la «pila alcalina” fundamental que hace que la bioelectricidad de las células funcione es el transportador (también llamado «bomba”) Sodio-Potasio ATPasa. Esta proteína, que está presente en todas las células de nuestro organismo, hace que el balance de iones dentro y fuera de la célula se mantenga en su sitio. Y necesita energía para funcionar… que viene de los alimentos que comemos todos los días.

La próxima vez que enchufes algo en casa, recuerda que en tu cuerpo también hay una  electricidad muy especial, y piensa que tú igualmente la necesitas para funcionar. ¿No te parece divertido?

Nuevos conceptos de salud: Bioelectricidad, Biorresonancia.

Estos conceptos, nuevos para una mayoría, incluso desconocidos, consisten en técnicas que permiten tratar el dolor físico y emocional y aún más, ayudan en la curación de enfermedades sin ningún tratamiento farmacológico. Se trata, en definitiva,  en estimular al propio cuerpo para que él mismo arregle y ordene las células que están dañadas. En un intento de informar a quien le pueda interesar hemos subido al blog estos artículos.

Bioelectricidad, medicina alternativa sin fármacos

Basado en la fusión de la homeopatía con la biorresonancia electromagnética, el Dr. Omar Viera presenta un equipo que permite diagnosticarnos desde casa.

La doctora Wang Yu-Ling, médico de la Universidad de Londres con PhD en la misma casa de estudios, y miembro del Comité de Expertos de la Asociación Mundial de Acunpuntura y Moxibustión (WFAS, por sus siglas en inglés), es la creadora del tratamiento por medio de la bioelectricidad, método por el cual mediante un equipo biorresonante se superan los efectos de la acupuntura, la presión digital y la fisioterapia clínica para el tratamiento del dolor en el cuerpo humano.

Ahora, desde la Universidad de Beijing, China, ofrece la cátedra y práctica de lo que publicó en su libro “Bioelectricidad y medicina china”.

La bioelectricidad se basa en la Medicina Tradicional China pero establece que los impulsos eléctricos propios del cuerpo humano obedecen al funcionamiento de sus órganos y la relación entre sus sistemas. Los desequilibrios entre estos producen dolencias que no solo se remiten a lo físico, sino también a lo emocional y lo psíquico.

Medicina alternativa basada en biorresonancia

Desde Beijing hasta Venezuela trajo esta disciplina el médico venezolano Omar Viera, fundador de Escuela Nacional de la Homeopatía y la Acupuntura y, así como miembro de la WFAS, organismo inscrito en la Organización Mundial de la Salud. “Si entendemos el cuerpo como el hardware de una computadora, sus partes y componentes, las funciones del mismo son el software, los programas que la hacen funcionar. De esta forma, hace falta una fuente de energía, correcta y permanente, para que esto suceda”.

Con esta vertiente tecnológica es de suponer que existan entonces equipos que manejen esta carga orgánica para el control de dolencias. “Por medio de la biorresonancia, se pueden recargar partes del cuerpo con cierta onda específica por medio de un aparato desarrollado para el uso casero que puede tratar enfermedades agudas, subagudas y crónicas, es un masajeador bioenergético”. Omar Viera asegura que incluso el dengue hemorrágico puede tratarse con un levantamiento de plaquetas al aplicarse en la espalda.

La tesis está en la unión de la sabiduría milenaria con aplicaciones modernas en la regulación de las energías del cuerpo humano. No sólo lo que tiene que ver con los llamados chakras, sino más bien en el intercambio necesario, y demostrado, de impulsos eléctricos que usa el cerebro para mover un brazo o animar el corazón, de la misma forma, esto sucede para el funcionamiento del páncreas, el hígado o el colon. Energía orgánica que proviene de los alimentos, que corre por la sangre e incluso es medible, aunque su carga sea ínfima.

 Energía del cuerpo humano, bioelectricidad

Si quisiéramos comparar nuestra carga corpórea con alguna batería, la relación sería errónea. El tipo de energía que poseemos es de orden hertziano, detectada en músculos y cerebro para su funcionamiento, lo cual es medido en ondas electromagnéticas.

Así, un cuerpo debería “vibrar” entre 50 y 70 ciclos por segundos para estar sano, mientras que las enfermedades registrarían un exceso o un defecto de esa cantidad. Hacia allá irían las correcciones energéticas, volver al equilibrio.

Por tanto, los equipos que se dedican a eso no pueden ser axiales, como en las tomografías, sino de rebote. Envío y recepción por medio de los canales eléctricos del cuerpo que nos permita conocer la reacción de cierto órgano a una onda determinada, que harían las funciones de diagnósticos y medicamentos, en cada caso. Un ejemplo lo sustenta. “Cuando una persona tiene mucho sexo, de forma excesiva, sufrirá del riñón izquierdo, su corazón se desequilibra y sufrirá dolores en el medio de los omoplatos”.

Ante la duda por un lenguaje que pudiese sonar esotérico, recuerda al profesor William C. Nelson, genio matemático que trabajó con la Agencia Espacial Norteamericana (NASA). Desarrolló una terapia que bombardea el campo del aura, capa electromagnética que rodea a cada persona, para eliminar la somatización de enfermedades por medio de ondas biorresonantes.