Las Creencias y el inconsciente

Las Creencias y el inconsciente

Las creencias juegan un papel importante en el funcionamiento del inconsciente. El inconsciente se refiere a la parte de la mente que no está conscientemente accesible, pero que influye en nuestros pensamientos, emociones y comportamientos de manera significativa.

Nuestras creencias, especialmente aquellas arraigadas en lo más profundo de nuestro ser, a menudo residen en el inconsciente. Estas creencias pueden ser el resultado de nuestras experiencias pasadas, nuestras interacciones con los demás, la cultura en la que hemos crecido y otros factores que han moldeado nuestra forma de ver el mundo.

Las creencias inconscientes pueden ser tanto positivas como negativas. Las creencias positivas nos impulsan hacia adelante, nos brindan confianza y nos ayudan a enfrentar desafíos con una mentalidad abierta. Por otro lado, las creencias negativas pueden limitarnos, generando dudas, miedos y autolimitaciones.

El inconsciente tiende a operar en piloto automático, dirigiendo nuestras respuestas y comportamientos sin que nos demos cuenta conscientemente. Esto significa que nuestras creencias inconscientes pueden influir en nuestras elecciones y acciones de una manera que no siempre entendemos racionalmente.

Es importante explorar y examinar nuestras creencias subyacentes para comprender cómo están influyendo en nuestra vida y en nuestras experiencias. A través de técnicas como la terapia, el autoanálisis y la autorreflexión, podemos acceder a nuestro inconsciente y trabajar para cambiar las creencias negativas por creencias más positivas y constructivas.

Cuando nos volvemos conscientes de nuestras creencias inconscientes y las cuestionamos, tenemos la oportunidad de reevaluarlas, desafiarlas y reemplazarlas por creencias más alineadas con nuestros objetivos, valores y bienestar. Este proceso puede ser transformador y nos permite liberarnos de patrones limitantes y expandir nuestro potencial para una vida más plena y satisfactoria.

Las Creencias y el inconsciente

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El inconsciente está dividido. El ser humano es comparable a una vasta morada que posee numerosos cuartos, salas, corredores, cavas, graneros, recovecos y mazmorras. Algunos de esos lugares ya no son visitados por el propietario, quien redujo su espacio de vida a algunas piezas. Ya no pone su conciencia sino solo en estas; los demás espacios se convirtieron en dominio del inconsciente. Pero de esos lugares provienen voces que transmiten órdenes, mensajes, exhortos. En ocasiones surgen conflictos, órdenes contradictorias; por ejemplo, entre la cocina y la cava. La cocina es el lugar donde colocó su conciencia; tiene deseos de comer no solo para sobrevivir de manera elemental, sino también para obtener placer; pero de la cava le llega un mensaje según el cual no hay que comer. Sin dar ninguna razón. O, por razones olvidadas, quizá para defenderse de una madre tóxica. Del granero llega otro mensaje, como el de que hay que comer para complacer a mamá… Existe un conflicto entre estos mensajes contradictorios, lo cual implica un comportamiento que provoca sufrimiento, una doble obligación.

Cada uno de nosotros siente la necesidad de vincularse; precisa, para funcionar y estar en equilibrio general, que las informaciones circulen en el interior de la morada con todas las ventanas abiertas. Como esos pacientes de quienes acabamos de hablar, que han vivido una experiencia muy fuerte, un trauma, acompañado por el miedo a morir cuando tenían uno o dos años de edad, en su nacimiento o incluso en la vida intrauterina… Estas personas tienen cuarenta o cincuenta años de edad en la actualidad. Saben, como es lógico, que no van a morir durante el nacimiento o en un bombardeo. Sin embargo, una parte de ellos no lo sabe. El psiquismo está dividido por mecanismos como el rechazo o la disociación.

Una experiencia muy fuerte, que produce un trauma, desborda las capacidades de contención y de integración del psiquismo, el cual no puede integrarla en la estructura de la personalidad sin ponerla en riesgo de una amenaza de desestructuración. Esta experiencia forma, en el interior de la psique, un cuerpo extraño. Se encierra en una habitación aparte, la cual no está vinculada con el resto del grupo interno. Es un mecanismo de disociación que se moviliza para permitir la supervivencia del sujeto. Pero en ciertas ocasiones, en ciertas situaciones, ese cuerpo extraño se reactivará y tomará la parte central de la escena psíquica, propiciando el surgimiento de descargas emocionales, de comportamientos bizarros en los cuales el sujeto no se reconoce a sí mismo, y, sobre todo, a las enfermedades.

Es uno de los efectos del trauma y del mecanismo de disociación. Y es toda la experiencia, con sus componentes emocionales, afectivos, temporales, espaciales, cognitivos, de recuerdos, etcétera, la que forma una especie de guion que se halla enquistado en la psique y desintegrado del resto de la personalidad.

Esta parte de la psique puede tomar decisiones, realizar elecciones profesionales o sentimentales, del comportamiento, somáticas (enfermedades)…, decisiones que no toman en cuenta al resto de la estructura ni al mundo exterior, y que pueden incluso estar en conflicto o en oposición con los demás componentes de la personalidad.

De aquí surgen las preguntas: ¿quién dirige nuestra vida?, ¿son los demás o nosotros?, ¿nosotros hoy o nosotros ayer?, ¿quién, en nosotros, nos gobierna?

Cuando Freud escribió que «el Yo no es el dueño de su morada», quería decir que quien dirige es el inconsciente, organizado alrededor de toda esa red de creencias y estructuras, de fantasmas y escenarios inconscientes que repetimos. Y actuamos sin cesar… e integramos a los demás, a quienes están cerca de nosotros, en nuestro entorno, en nuestros propios escenarios, y los hacemos representar papeles que no les pertenecen.

El cerebro ignora que la guerra ya ha terminado. Como expresó Freud, el inconsciente no conoce el tiempo. Una experiencia que tuvo lugar hace treinta o cuarenta años siempre está presente. El inconsciente solo sabe conjugar en presente

Es el sentido lo que hace sufrir, no el suceso. Por tanto,  hay que cambiar el sentido (es decir, la creencia) y no el suceso.

En nuestras prácticas terapéuticas, desde que existe la terapia existe la acción sobre una creencia que se viva de manera consciente o in-consciente, voluntaria o involuntaria. El terapeuta va a permitir la transformación, la elaboración, el desarrollo, el trabajo sobre las creencias. Diría también que si no hay trabajo directo o indirecto sobre las creencias, no hay terapia. Al finalizar la terapia los pacientes nos dicen: «Ya no veo las cosas de la misma manera; las cosas son diferentes».

El hecho de ser conscientes de ello aumentará la pertinencia y la eficiencia de las intervenciones terapéuticas.

Saber definir, señalar y nombrar las creencias permite, con frecuencia, llevar al cabo una terapia breve, si es útil que sea rápida, aunque no siempre es el caso.

De un modo u otro, no podemos escapar de las creencias. Estas se encuentran en el núcleo mismo de nuestra estructura y organización psíquica.

Hacer un trabajo de conciencia y de transformación de nuestras creencias representa, a nuestros ojos, abrirse a una nueva realidad, una realidad que no es otra más que un camino hacia uno mismo.

Llevar a cabo una terapia centrada en las creencias limitantes conlleva varias etapas que es conveniente franquear una a una en un ambiente de respeto y de seguridad, porque no se toca una creencia como se corta una flor. Es todavía más delicado y, por otra parte, más consecuente…

He aquí la secuencia que puede darse:

  1. Establecer una relación de calidad (confianza, seguridad, permiso, paciencia) que permita la confidencia y la introspección.
  2. Definir la creencia limitante activa o responsable del problema.
  3. Desestabilizar esta creencia.
  4. Definir una creencia generadora (de apertura).
  5. Verificar esta creencia: ¿es ecológica (sin inconvenientes)?, ¿reemplaza por completo a la creencia limitante?

ATENDER EL CONFLICTO

Atender el conflicto 1 es tratar la emoción en el conflicto, ponerla en movimiento; es decir:

  1. Definirla
  2. Reconocerla
  3. Recibirla
  4. Aceptarla
  5. Eliminar así la identificación con esta

No obstante, atender el conflicto sin tratar la creencia sería un trabajo incompleto, así como tratar la creencia sin tocar la emoción.

Por el contrario, tener en cuenta estas dos dimensiones es profundamente terapéutico.

En terapia, la mayor parte del tiempo el terapeuta dirige sus intervenciones sobre la creencia y la transformación de las emociones. Sin embargo, eso aún debe ser revisado, y puede hacerse según los puntos siguientes:

  • Permanece la emoción en ti cuando recuerdas el trauma?
  • ¿Cuáles son tus creencias sobre ti mismo, sobre los demás, sobre la vida en pareja y la sexualidad?
  • ‘Son limitantes estas creencias?

La terapia centrada en las creencias deberá tener en cuenta el conflicto emocional y respetar el ritmo del sujeto, bajo el riesgo de perjudicar la relación, debido a que, como ya comentamos en la primera parte, estamos atados a nuestras creencias, porque son estas las que nos atan al mundo y nos permiten habitarlo.

En lugar de atacar nuestras creencias, y antes de querer transformarlas, es necesario que aprendamos a conocerlas, que entendamos su función, su lugar en nuestra vida y en la de nuestros seres cercanos, y, para ello, la curiosidad es la más eficaz de las vías.

La primera etapa consistirá en establecer una relación de calidad, necesaria para que la persona pueda ponerse en contacto con los contenidos intrapsíquicos dolorosos o más o menos atemorizantes, y que pueda nombrar lo que tiene valor y sentido para ella, porque esto es algo muy inconsciente, muy íntimo. Es como el acto de desnudarse.

  1. etapa: establecer una relación de calidad.
  2. etapa: definir la creencia limitante, activa y responsable del problema.
  3. etapa: desestabilizar una creencia.
  4. etapa: definir una creencia generadora, de apertura.
  5. etapa: verificar la creencia generadora.
  6. etapa: instalar la nueva creencia.

Establecer una relación de calidad

El otro vive una evidencia que no conocemos. Una de las mayores consecuencias del hecho de que las experiencias engendren emociones y generen creencias es que cada ser humano tiene sus propias creencias, porque cada uno ha vivido experiencias que le son propias. Cuando encontramos a una persona, quienquiera que sea, estamos ante alguien que ha tenido otra vida, otras experiencias, otras emociones y que tiene por fuerza otras creencias diferentes a las nuestras; toda una lógica diferente. Estamos en presencia de otro mundo, distinto e imprevisible por completo.

Esto, dicho así, puede parecer evidente; pero si lo analizamos en detalle, está lejos de ser ese el caso. Actuamos de manera espontánea, como si fuera indudable que el otro tiene las mismas creencias que nosotros, y como las creencias son inconscientes, no lo ponemos en duda; ese es el comienzo de la incomprensión, de la guerra, del conflicto, de la disputa o de la revuelta.

Un paciente me confió un día: «Como no siento emociones, creí durante mucho tiempo que los demás tampoco las sentían». Tenemos la tendencia a generalizar lo que nos es propio y a atribuir a los demás las mismas reacciones, pensamientos o emociones que tenemos nosotros. Debemos comprender que el otro vive una evidencia que no conocemos a priori. Esto es lo que con frecuencia explica los conflictos interpersonales, las incomprensiones, las intolerancias.

Es muy frecuente que nazcan estos pequeños conflictos en la vida cotidiana, o incluso otros más graves, en función de la incapacidad que tenemos para ponernos en el lugar del otro, por una carencia de verdadera empatía. Es la proyección involuntaria, irreprimible y rápida en extremo, en los otros, de nuestros funcionamientos personales conscientes e inconscientes (valores, creencias, comportamientos, emociones, etcétera).

Debemos hacer un esfuerzo por descentramos, por abstraemos o por poner entre paréntesis nuestras propias creencias, nuestras propias representaciones del mundo, para poder hacer este esfuerzo de empatía. La comprensión del otro no se da de antemano, y jamás se adquiere de manera definitiva.

Estas cualidades son particularmente necesarias en la relación terapéutica. Esto implica las nociones de atención flotante y de escucha benévola: abstraerse de sí mismo, de lo que nos anima, de lo que es importante para nosotros, de nuestra historia personal, para dejar que el otro emerja tal como es y tal como funciona, con sus propios valores.

Por ello la terapia y otros espacios son lugares privilegiados de transformación y de curación; lugares, por decirlo así, sagrados, porque la mayor parte del tiempo, cuando dos individuos se encuentran, lo hacen desde el interior de sus historias y de sus creencias. Cuando uno piensa que escucha al otro, es a él mismo a quien en realidad escucha a través de sus proyecciones, de sus miedos, de sus deseos. El otro no es escuchado o comprendido en aquello que ha vivido, en la resonancia propia y única de su experiencia.

El paciente tiene un inconsciente, y es ese inconsciente lo que constituye el cara a cara del terapeuta, nunca solo el consciente. Por lo general, el paciente no revelará de manera espontánea sus contenidos y, en particular, sus creencias. Habrá que ganarse su confianza, «domesticarlo», como el zorro le pide al Principito, y eso implica ciertos «ritos terapéuticos», como aquellos de la escucha rogeriana, del esquema psicoanalítico u otros.

LA ESCUCHA ROGERIANA

Según el postulado de C. Rogers 1, cualquier individuo es capaz de tomar conciencia y de expresar sus contenidos psíquicos y sus emociones, en la medida en que se halle en una situación que le per-mita actualizar esta capacidad. ¿Cómo? En un clima de libertad, en un esquema lo bastante seguro y permisivo; de esta manera, hombres y mujeres se sienten libres para expresar —o no— sus contenidos psíquicos.

Las actitudes recomendadas por Rogers se sitúan en la continuidad del concepto de neutralidad iniciado por Freud 2 y calificado después de él como «benévolo».

Las principales actitudes terapéuticas

1. La neutralidad benévola

La neutralidad benévola define la cualidad del que escucha sin expresar ningún juicio en cuanto a los valores morales, religiosos, filosóficos o sociales de sus pacientes. Al mismo tiempo, manifiesta una comprensión y una presencia benévola, a fin de crear un clima relacional de seguridad. Sin embargo, esta exigencia representa, para el que escucha, más un objetivo hacia el cual tiende, una orientación, que una realidad absoluta. En ciertas ocasiones, la gestión de la diferencia y de la distancia puede ser delicada con algunos pacientes; entonces, el terapeuta busca a tientas para encontrar con cada uno de ellos un equilibrio justo entre retracción defensiva y búsqueda de una relación de fusión.

2.        La empatía

La empatía no define una técnica, sino una cualidad de ser. Rogers define la empatía como una capacidad del terapeuta para percibir desde el interior los sentimientos o afectos experimentados por los pacientes. La empatía es una actitud con la cual se percibe de manera intuitiva algún aspecto del mundo interno del otro. No se trata de una comprensión solo intelectual o teórica, que se quedaría en el exterior, sino de un sentir interno en el cual «el terapeuta llega a tomar, instante tras instante, lo que el cliente siente en su mundo interior tal como el cliente lo ve y lo siente, sin que su propia identidad se disuelva en este proceso empático». (Rogers) El autor estima que la empatía es una poderosa palanca terapéutica. Está en el corazón de su enfoque, denominado «centrado en la persona». En cualquier caso, esta comprensión es «rara en extremo»; sin embargo, representa más una tendencia interna a re-novarse siempre, que un objetivo logrado de una vez por todas.

Precisión: la empatía requiere saber manejar, administrar y mantener una buena distancia; no debe confundirse con pegarse, fusionarse o identificarse con el otro.

3.        La aceptación positiva incondicional

Otra cualidad que debe contemplar el terapeuta, según Rogers, es la aceptación positiva incondicional del otro, tal como se presenta: aceptación de lo que es, de lo que dice (contenido) y de lo que calla, de lo que resiente, de lo que piensa y de la manera en que lo dice (forma). Se trata de una actitud de no enjuiciamiento gracias a la cual el paciente puede sentirse profundamente aceptado; de esta manera, en un clima relacional de seguridad, positivo y receptivo, el paciente, liberado «tanto como sea posible de cualquier amenaza exterior», puede «comenzar a experimentar y a afrontar los conflictos internos que le parecen amenazantes». (ROGERS)

Rogers explica así lo que ocurre al unirse la empatía con la aceptación positiva incondicional: «Si alguien comprende lo que provoca ser yo sin buscar analizarme ni juzgarme, entonces puedo abrirme y desarrollarme en esta atmósfera». Nos gustaría añadir: «sin buscar transformarme», actitud que supone un juicio y el ejercicio de un poder sobre el otro, aunque esté motivado por el deseo de hacerle un bien. Esta precisión es fundamental en relación con las páginas que siguen. Los protocolos de cambio que presentaremos no pueden tener lugar sino en el esquema de una auténtica relación de ayuda, sin la cual serán asimilables a una desastrosa tentativa de toma de poder y de manipulación.

4. La congruencia

La cuarta característica fundamental de una relación de calidad, según Rogers, es la congruencia. Se trata de mantener una relación auténtica con el paciente. Implica reconocer y aceptar lo que llega al interior de sí, como la persona que escucha, y de ser congruente, es decir, coherente entre lo que sentimos y lo que manifestamos, en nuestras comunicaciones verbales y no verbales: «un estado de unificación entre la experiencia emocional a nivel de las entrañas, la conciencia de esta experiencia y lo que expresamos al paciente».

Estas diversas actitudes, descritas por grandes médicos, deben permitirnos permanecer siempre vigilantes respecto a una forma particular de proyección: el hecho de que el terapeuta, de forma involuntaria, adhiere sus creencias en los pacientes. Estar y permanecer conscientes de nuestras creencias es un paso obligado para quien quiere escuchar las creencias de los demás; en caso contrario, se corre el riesgo de comprometer por completo toda forma de ayuda.

La relación de ayuda psicológica es una relación en la cual el calor de la aceptación y la ausencia de toda coacción, de toda presión personal por parte del terapeuta, permiten a la persona que recibe la ayuda expresar libremente sus sentimientos, sus actitudes y sus problemas».

ROGERS, La relación de ayuda y la psicoterapia

«Es una relación bien estructurada, con sus límites de tiempo, de de-pendencias, de acción agresiva, que se aplica en particular a los clientes, y los límites de responsabilidad y de afecto que el consejero se imponga a sí mismo. En esta experiencia única de libertad emocional completa, dentro de un esquema bien definido, el cliente es libre de reconocer y de comprender sus impulsos y sus estructuras, ya sean positivos o negativos, mejor que en cualquier otra relación. Esta relación terapéutica es distinta de las relaciones autoritarias de la vida cotidiana, y es incompatible con estas».