El ego

El ego

El ego es un concepto utilizado en psicología y filosofía para referirse a la parte de la personalidad que se identifica con el individuo como un ser separado y distintivo del resto. En términos generales, el ego se relaciona con la conciencia de uno mismo, la identidad personal y la percepción de ser una entidad individualizada.

El ego se considera una construcción psicológica que se forma a través de la interacción entre el individuo y su entorno desde una edad temprana. Desarrolla una imagen de sí mismo basada en factores como las experiencias, las creencias, los roles sociales y las expectativas culturales. El ego tiende a buscar la seguridad, la autoafirmación y la preservación de la identidad individual.

Si bien el ego desempeña un papel importante en la formación de la personalidad y en la adaptación al mundo externo, también puede generar ciertas limitaciones y desequilibrios. El exceso de identificación con el ego puede llevar a comportamientos egocéntricos, egotistas o centrados en el propio interés, así como a una sensación de separación y conflicto con los demás.

En algunas tradiciones espirituales y filosóficas, se considera que la identificación excesiva con el ego es la fuente de sufrimiento y limitación. Se busca trascender la identificación con el ego y cultivar una conciencia más amplia y conectada con el todo. Esto puede lograrse a través de prácticas de autorreflexión, meditación, mindfulness y desarrollo de la compasión.

Es importante destacar que el ego no es inherentemente negativo, ya que cumple una función importante en la vida cotidiana y en la estructuración de la personalidad. Sin embargo, el cultivo de una conciencia más elevada y la comprensión de la naturaleza del ego pueden ayudar a promover un mayor equilibrio, bienestar y conexión con los demás y con el mundo que nos rodea.

El ego

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El ego y la consciencia primaria. En el mundo actual, lo que está sucediendo es la expresión de los mecanismos inferiores de la conciencia, donde el amor  y la inteligencia permanecen secuestrados por un conjunto de mecanismos  automáticos mentales-emocionales primarios e inconscientes no dominados. Esto nos crea nuestro ego.

Mientras seamos inconscientes, estaremos sometidos a la fuerza mecánica del ego y viviremos en lo que se llama el mundo de la ilusión, un mundo de angustia y sufrimiento. Pero es inútil culpar al ego y lamentarnos de los errores y deslices pasados. Por dolorosos que resultaran, fueron necesarios para la maduración de la conciencia. Y, efectivamente, es el sufrimiento lo que la despierta.

La falta de conciencia hace nacer el sufrimiento.  Se puede decir que el sufrimiento hace nacer la conciencia. La conciencia hace desaparecer el sufrimiento.

La gran fuerza del amor penetra todo el universo, incluso nuestra conciencia del circuito primario y nuestro ego. Asi que el amor se encuentra atrapado entre los mecanismos de supervivencia, se encuentra deformado, minimizado y desnaturalizado… Conmueve profundamente ver al ser humano debatirse entre las trampas del ego y la fuerza del verdadero amor.

Cuando funcionamos a nivel del ego, esa gran fuerza se manifiesta de la siguiente manera: «Te amo si satisfaces las programaciones y expectativas de mi ordenador.» Si no, te detesto; o al menos, no me interesas. Todos los grandes romances de amor-pasión son historias de ordenadores emocionales que se han activado el uno al otro, simplemente…

Según todo lo anterior, es evidente que los mecanismos del ego no pueden aportar felicidad. No porque el ego sea malo, sino porque es una máquina y la verdadera felicidad no está en su programa.

La fuerza que durante tanto tiempo nos ha empujado a buscar seguridad, placer y poder, y que creemos que es la búsqueda de la felicidad, es sólo una fuerza de la Naturaleza que está cumpliendo una misión: la de construir el instrumento humano, el ego, y anclarlo en la materia. No es mala. No hay que combatirla. Debe ser reconocida por lo que es, sin más.

Corren tiempos nuevos, y ha llegado el momento de cambiar radicalmente de dirección porque la conciencia humana está preparada para despertar a otra realidad. El verdadero Despertar no tiene por qué ser una experiencia misteriosa, mística o grandiosa, acompañada de unos ángeles tocando trompetas. El verdadero despertar comienza por la toma de conciencia de esa maravillosa máquina nuestra que es el ego y la decisión de utilizarla conscientemente en lugar de dejar que sea ella la que nos utilice.

Hemos de reconocer que, por ahora, la mayoría de la humanidad, la inmensa mayoría, sigue funcionando según el nivel inferior de conciencia. Sin embargo, crece sin cesar el número de personas que está despertando y que escucha la voz del Maestro interior que, tras la máquina, transmite directamente su voluntad.

A pesar de que la estructura automática de la que somos portadores es fuente de muchas limitaciones, no es inútil, ni muchísimo menos. En realidad, juega un papel importante y muy concreto encaminado a que la conciencia pueda anclarse en la materia y así utilice su energía de modo cada vez más eficaz.

Por ejemplo, caminamos de forma «automática». No necesitamos prestar atención a cada paso, como hacíamos cuando teníamos un año. El aprendizaje de la marcha nos costó algunos sufrimientos: más de una vez nos caímos de bruces o rodamos por la escalera, y resultó doloroso. Pero el ordenador grabó el aprendizaje y ahora podemos andar de manera automática y utilizar la energía de la que disponemos para contemplar la Naturaleza que nos rodea, para disfrutar del canto de los pájaros o escuchar al amigo que nos habla.

Lo mismo pasó cuando aprendimos a conducir y es lo que ocurre, en general, en todo proceso de aprendizaje. Si no fuera por la extraordinaria capacidad del ordenador para grabar en el cuerpo unos mecanismos automáticos, el pianista, por ejemplo, no podría transmitir a las manos su inspiración. ¿No es maravilloso? En ese caso, la vertiginosa velocidad del inconsciente es utilizada conscientemente. Recordemos que el ordenador puede tratar cuarenta mil millones (4×101°) de bits de información por segundo… Si sabemos ponerlo a nuestro servicio, puede ayudarnos a hacer cosas sorprendentes…

Mantendremos pues nuestra mente-ordenador, pero sin dejar que se sobrepase en sus funciones. Lo actualizaremos con cierta frecuencia y le añadiremos de vez en cuando memorias nuevas: lo que hayamos aprendido conscientemente y todo cuanto proceda del desarrollo de nuestros talentos.

Así que, cuando hablemos del ego en su aspecto mental inferior, tendremos que estar atentos y recordar que vivimos inmersos en un proceso evolutivo de la conciencia, y que también el córtex se desarrolla y evoluciona en ese mismo proceso. No hay que reducir las facultades mentales del ser humano al simple funcionamiento automático de la parte inferior de la mente, por supuesto. Y, si bien es importante dejar de identificarse con ella, liberarla de las cargas emocionales y aprender a usarla con sabiduría, no lo es menos el desarrollar de forma óptima su aspecto superior (el neocórtex) en forma de conocimiento y de apertura de espíritu e inteligencia.

El desarrollo de la mente forma parte de nuestro proceso evolutivo.

Como ya hemos mencionado, cuando el ser humano recibió el embrión del principio mental —hace unos dieciocho millones de años según la ciencia esotérica— recibió al mismo tiempo el poder de elegir el ritmo de su proceso evolutivo. No todos los reinos de la Naturaleza gozan de ese gran privilegio. El reino humano es casi la excepción. La libertad de elección reside en el principio mental. Debemos pues respetar y desarrollar esa importante parte de nosotros mismos.

Al hablar de evolución, es preciso entender, desde el principio, que no es posible ninguna evolución mecánica. La evolución del hombre es la evolución de su conciencia. Y la conciencia no puede evolucionar de manera inconsciente. La evolución del hombre es la evolución de su voluntad, y la voluntad no puede evolucionar de manera involuntaria. La evolución del hombre es la evolución de su facultad de hacer, y hacer no puede ser resultado de cosas que suceden.2

La libertad de elegir tiene un precio, ciertamente: el sufrimiento. Al parecer, así está hecho el proceso evolutivo de la conciencia. Pero si decidimos de forma consciente y voluntaria cambiar sus circuitos, entonces podremos trascender el principio mental con el fin de ponerlo al servicio de la Vida, y así nos liberaremos definitivamente del sufrimiento.

Permanezcamos pues atentos y no emprendamos contra la mente una lucha a muerte; sería de lo más insensato. Lo que debemos hacer es aprender a conocerla tal como es, dejar de identificarnos con la parte automática vinculada a lo emocional (al cerebro límbico) y desarrollar la parte superior (el neocórtex).

El ego nos resulta indispensable, incluso en su aspecto físico, y desde un grado tan elemental que sin él no podríamos vivir en este mundo, pues porta en sí una notable capacidad de adaptación a la vida. Contiene la experiencia de la propia materia y mantiene con ella una íntima conexión, gracias a la cual posee una energía enorme. No hay más que observar la increíble cantidad de energía que derrocha la gente para procurarse placer o, en algunos casos, para sobrevivir, simplemente. Si el alma pudiera utilizar la extraordinaria vitalidad del ego, el ser humano dispondría de una capacidad de creación verdaderamente excepcional. Necesitamos la vitalidad física —ese fuerte impulso que procede de la materia— para crear de forma concreta. Basta poner esa potente energía al servicio de una conciencia superior. El ego, bien controlado, es un instrumento indispensable que nos permite cumplir nuestra misión en la Tierra, que consiste en aportar la luz de una conciencia superior.

En medio del caos del mundo actual, y precisamente a causa de él, está emergiendo otra realidad. La conciencia colectiva está preparada para pasar a otro nivel. No son simples elucubraciones filosóficas, la ciencia va a explicarnos por qué. Estamos preparados para el gran salto.

La falsa realidad

Más de alguna vez nos hemos sentido perdidos, confundidos y desubicados, lo que nos hace correr alocadamente a un lugar tranquilo, lejos de los demás donde podamos aclarar nuestros sentimientos, nuestra esencia y a verdad. Hay muchas personas que han hecho de su vida exactamente eso, una interesante y fascinante falsa realidad.

Nuestras vidas se parecen a un sueño. Cuando estamos soñando, todo lo que experimentamos parece muy real. Sólo al despertar del sueño descubrimos que esas experiencias no eran reales. El campo de la mente ha provisto el material para todas las imágenes, toda la acción, todo el lenguaje del sueño. De la misma manera, la mente de vigilia sostiene y ordena nuestros pensamientos, sentimientos y percepciones a medida que pasan por ella. El resultado parece real e incluye todo lo que conocemos como experiencia cotidiana. Sin embargo, cuando miramos hacia atrás nuestras experiencias vemos que están compuestas sólo de pensamientos e impresiones transitorias.

A menudo generamos un montón de sufrimientos, inútiles debido a que nuestra percepción de la realidad ha sido deformada instantáneamente por una carga emocional no resuelta, seguida por todo su ser. La mente ha justificado las reacciones emocionales con una serie de argumentos muy convincentes —para él—, puesto que vienen enriquecidos con la energía de su fuerte carga emocional. Esto es un sistema automático muy difícil de percibir, ya que se enmascara en tu supuesta personalidad.

La carga emocional no resuelta te ha anegado por completo. Y el cerebro ha sido invadido por una serie de pensamientos que le han apartado de la realidad del momento. Pero él no se da cuenta de nada de eso.

Este es el mecanismo que actúa siempre, tanto en los pequeños como en los grandes acontecimientos que jalonan nuestra existencia y condiciona en todo momento la calidad de nuestra vida.

Aunque no se hayan vivido grandes traumas en la infancia, el mecanismo descrito está siempre en acción. El contenido del cerebro límbico es muy rico y complejo,  y puede hacer que intervengan otras memorias distintas a las de la propia infancia (memorias ancestrales, «vidas pasadas», inconsciente colectivo…).

Pero, por lo que respecta al tema que nos ocupa, lo que importa es ver cómo actúa en las actividades de la vida cotidiana. Está siempre ahí. Es una permanente relación de fuerzas entre la carga emocional de la amígdala (cualquiera que sea su origen) y el desarrollo de la corteza cerebral.

Así pues, las memorias activas no sólo dan lugar a ciertas reacciones emocionales, sino también a determinada manera de pensar. Por eso hablamos de una mente automática» que funciona como un ordenador preprogramado por el pasado.

La dimensión mental-emocional se ha añadido a la dinámica que funcionaba en tiempos de las cavernas, que sigue en pie. De modo que, a lo largo de los siglos, hemos construido unos sistemas de defensa que, junto a la carga emocional de la amígdala, se han grabado en una parte de la corteza cerebral. Y son lo suficientemente sofisticados como para darnos la impresión de constituir una personalidad. He ahí el origen de lo que llamamos el ego.

Tenemos pues un superordenador interior formado por materia emocional y mental que, extendiendo su actividad más allá de lo que le corresponde, aplica de forma indebida el mecanismo primario «grabación-similitud».

 Dado el estado embrionario en que se encontraba el córtex al comienzo de la evolución, el ordenador tenía su razón de ser; pero ahora se sobrepasa en sus funciones y mantiene al ser humano en un mundo ilusorio, limitado e ineficaz, fuente de muchos sinsabores y, a veces, de grandes sufrimientos. ¿Dónde se encuentra la inteligencia emocional?

Así pues, a pesar del desarrollo que ha tenido lugar en la corteza cerebral, la conciencia del ser humano medio actual funciona todavía según los principios básicos de supervivencia por los que se regía el hombre de las cavernas, ampliados ahora al campo psicológico.  Las grabaciones son un poco más complejas, más sofisticadas, pero el mecanismo es el mismo. En ese nivel de conciencia, el ego, en su forma todavía primaria y automática, reina como rey absoluto.

En contra de lo que se podría creer, los mecanismos del circuito inferior no funcionan sólo de vez en cuando, en situaciones especiales, dramáticas o intensas, sino las veinticuatro horas del día. El ser humano medio, inconsciente de sí mismo, está sometido a él permanentemente. No es preciso que nos encontremos en una situación de aparente peligro físico, abrumados por el pánico o por una crisis emocional espectacular para que las memorias contenidas en la amígdala tomen el mando. Un intelecto muy brillante puede estar sometido a ellas, quizá de manera poco visible, pero muy directa y concreta. Incluso podríamos decir que, cuanto más desarrollada está la mente, tanto más peligrosas pueden ser en la vida cotidiana las consecuencias de los mecanismos emocionales, pues están camuflados, protegidos o alimentados con habilidad por una mente potente, que refuerza así la falsa individualidad que es el ego programado.

El comportamiento que depende de cargas emocionales primarias es mucho más activo y mucho menos evidente de lo que creemos. Lo que ocurre en el mundo actual es una manifestación directa de ello.

El ego, tal como se ha construido hasta el presente, funciona como una máquina dirigida por el ordenador de la mente inferior. Es lo que hemos visto hasta ahora. Eso significa que cuando nos identificamos con él, es decir, cuando nuestra conciencia utiliza el circuito programado por las memorias, nos convertimos en una máquina, en un robot. En ese caso, los pensamientos, sentimientos, acciones y decisiones que tomamos en la vida cotidiana no provienen de la voluntad de nuestro ser profundo, sino de los mecanismos automáticos de respuesta a los estímulos procedentes del entorno. Es la máquina la que responde, no nosotros. Pues bien, un robot no puede experimentar la belleza, el amor, la alegría, la creatividad, la fraternidad, la Vida… ni la libertad. Ese tipo de experiencias corresponden a otro circuito de la conciencia. Mientras funcionemos en el inferior, identificados con el ego automático, somos una máquina, separados de otras máquinas. Estamos en un mundo de robots programados por siglos de sufrimientos y limitaciones, un mundo de máquinas dirigido por otras máquinas…

La libertad perdida

Cuando vivimos en el estado de conciencia-máquina, es decir, de identificación con el ego, no tenemos posibilidad de libre elección. Perdemos por completo la libertad, lo cual es inherente a la propia estructura automática por dos razones.

 Una razón interior: Las decisiones que tomamos a lo largo de la existencia, desde las más importantes hasta las más insignificantes de la vida cotidiana, están determinadas no por la voluntad inteligente y amante de nuestro Ser real, sino por un mecanismo de supervivencia programado en el pasado envuelto en una bruma más o menos densa y en medio de una algarabía emocional más o menos caótica. Mientras no sean desactivadas, las memorias no resueltas controlan totalmente nuestra vida afectiva, familiar, profesional y social. Determinan nuestro comportamiento y todas las decisiones que tomamos a lo largo de la existencia, desde las más triviales (la clase de ropa que llevamos, por ejemplo, o el tipo de vacaciones que seleccionamos) hasta las más importantes, como la elección de la profesión o del cónyuge.

La mayoría de la gente no se hace preguntas ante sus reacciones, preferencias, simpatías o antipatías. Las consideran reales, perciben y sienten es de verdad, que son «ellos», cuando lo que ocurre es que, desde el exterior, se les ha reactivado un programa. No son realmente ellos, sino una falsa identidad robótica programada con antelación en el pasado. Todo está orquestado y dirigido por el ego, que crea la ilusión de que elegimos libremente, cuando no hacemos sino satisfacer sus demandas…

Es importante subrayar que las decisiones tomadas así, de forma inconsciente, a partir de condicionamientos del pasado, no aportan felicidad duradera ni satisfacción profunda. Al contrario. La mecánica es tal que cuanto más se responde a esas memorias, más se las refuerza y más activas y exigentes se vuelven en nuestra cotidianeidad. Nos cortan el contacto con la realidad y nos hacen vivir en un mundo ilusorio, absolutamente insatisfactorio, ¡y no sabemos por qué! Entonces echamos la culpa de nuestras desgracias al mundo en general, a los demás, a la sociedad, a las circunstancias exteriores… Pero eso no mejora las cosas. Todo lo contrario…

El ser humano, orgulloso de su intelecto, se cree libre. Pero si funciona a ese nivel, no es más que un robot con una programación mental-emocional proveniente del pasado.

  • Una razón exterior: La libertad se ha perdido también porque el mecanismo mental-emocional primario hace al ser humano altamente manipulable. Puesto que al identificamos con el ego programado nos convertimos en robots, nuestras reacciones son previsibles y, por tanto, tan fáciles de manipular como los botones de un cuadro de mandos. Por eso las relaciones son tan difíciles, porque nos manipulamos unos a otros, casi siempre de modo inconsciente, es cierto, ¡pero cuán eficazmente! No hay verdadera libertad. Sólo máquinas que se rozan, que se entrechocan o que entran en colisión…

Los poderes establecidos conocen perfectamente el estado robótico descrito y lo utilizan sin reparo para manipular a la masa inconsciente, para dominarla y mantenerla en un nivel inferior de conciencia a fin de conservar su poder. Se valen de unos medios que encuentran perfecto apoyo en la propia estructura de la sociedad actual, tanto en su aspecto económico como en el político y social, y se refuerzan por la influencia hipnótica de los medios de información (más bien habría que decir de desinformación) de masas. ¿Qué vemos, por ejemplo, en las emisiones de televisión más populares? Historias de gran carga emocional que muestran una y otra vez los mecanismos automáticos de las tres P del ego.

La situación acabe dando un vuelco, esperemos, y que la humanidad reaccione y despierte a algo mejor.

Debido al mecanismo mental-emocional altamente previsible del ego, el ser humano es mantenido en:

  • La inseguridad, el estrés, el miedo (primer mecanismo primario) Todos sabemos hasta qué punto resulta fácil manipular a la gente reavivando su miedo e inseguridad. En el mundo actual abundan los ejemplos de manipulación de masas reactivando el mecanismo del miedo. No estaría de más que reflexionáramos acerca de nuestros temores para ver en qué medida determinan las decisiones que tomamos. Porque no son buenos consejeros…
  • La avidez, el deseo de placer que genera insatisfacción permanente (segundo mecanismo primario)

El mecanismo de la búsqueda de placer a ultranza es utilizado a gran escala por la sociedad de consumo para manipular a la gente y hacerla consumir sin fin. Se la mantiene en la ilusión de que será tanto más feliz cuantos más deseos vea satisfechos, aun sabiendo que no es cierto. Y así se venden promesas de felicidad enlatada (casa, sexo, coche, alimentos, vestidos, fama, viajes, encuentros, etc., todo lo que pueda hacer brillar el señuelo del placer). La utilización sistemática de la sexualidad para vender cualquier cosa es un ejemplo flagrante. Los poderes establecidos tienen interés en que la masa humana prosiga su carrera hacia el placer; la mantienen así en la ilusión y la dependencia, mientras ellos lo aprovechan en su propia carrera hacia el poder.

  • La combatividad, la competición, la dominación (tercer mecanismo primario)

Cuando el ser humano se encuentra atrapado en ese mecanismo es también altamente manipulable por el tercer señuelo, el del poder. El poder del dinero, de las posesiones materiales, de la influencia en todos los órdenes. La enorme energía que muchos seres humanos dispendian en su lucha por el poder es la manifestación de un comportamiento automático teleguiado por otros que tienen aún más poder y que obtienen así sustanciosos beneficios…

Que quede claro desde ahora, insistimos en ello, que odiar a los poderes establecidos haciéndolos responsables de nuestras desgracias es absolutamente inútil y contraproducente. Si los sistemas nos manipulan es porque somos manipulables. Pretender luchar contra todos los manipuladores del mundo es una empresa sin esperanza; en cambio, todos ellos desaparecerán de modo natural cuando no exista nadie a quien manipular, es decir, cuando hayamos dejado de identificarnos con los mecanismos del ego y entre en acción el verdadero Maestro interior. No son elucubraciones filosóficas, no. Se trata de nuestra vida cotidiana, de nuestras relaciones personales, de nuestra salud, de nuestra sociedad, de nuestro mundo.

El ego intenta desesperadamente construir la falsa identidad, y sus estrategias para conseguirlo son muy variadas. Entre las más corrientes —y más destructivas— a nivel mental podemos citar: la crítica, querer tener razón (sobrevivir a través de los propios sistemas de pensamiento), y tratar siempre de dominar y evitar ser dominado (protección del territorio). Las estrategias del ego marcan todas las actividades, desde los más insignificantes quehaceres cotidianos hasta las grandes decisiones internacionales. Se trata de imponer el propio punto de vista.

Mientras estemos atrapados en el circuito inferior de la conciencia, la experiencia del momento presente será inalcanzable.

El ego
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