Las Creencias y la realidad
Las creencias tienen un poderoso impacto en nuestra percepción y experiencia de la realidad. Nuestras creencias actúan como filtros a través de los cuales interpretamos y procesamos la información que recibimos del mundo exterior. Estas creencias pueden influir en nuestras emociones, pensamientos y comportamientos, y pueden dar forma a nuestra realidad de manera significativa.
Si tenemos creencias limitantes o negativas, como «Nunca tendré éxito» o «El mundo es un lugar peligroso», es probable que percibamos y experimentemos la realidad de acuerdo con esas creencias. Nuestra atención se enfocará en las experiencias que confirmen nuestras creencias y descartará o ignorará aquellas que las desafíen. Esto crea un sesgo perceptual que refuerza nuestra visión limitada de la realidad.
Por otro lado, si tenemos creencias positivas y fortalecedoras, como «Tengo el poder de crear mi propia realidad» o «El universo está a mi favor», es más probable que percibamos oportunidades y posibilidades en nuestra realidad. Nuestra mente estará abierta a nuevas experiencias y estaremos más dispuestos a tomar acciones que respalden nuestras creencias.
Es importante tener en cuenta que nuestras creencias no determinan objetivamente la realidad externa, pero sí influyen en cómo la interpretamos y respondemos a ella. Dos personas con diferentes creencias pueden experimentar y percibir la misma situación de manera completamente diferente.
Cambiar nuestras creencias puede ser un proceso desafiante, pero es posible. A través de la autoindagación, la reflexión y el cuestionamiento de nuestras creencias arraigadas, podemos desafiar las creencias limitantes y reemplazarlas por aquellas que nos empoderen y nos permitan crear una realidad más positiva y satisfactoria.
Es importante recordar que nuestras creencias no son verdades absolutas, sino construcciones subjetivas que podemos elegir examinar y modificar. Al abrirnos a nuevas perspectivas y creencias más alineadas con nuestros deseos y potencial, podemos expandir nuestra experiencia de la realidad y crear una vida más plena y significativa.
Las Creencias y la realidad
Ya hemos mencionado el hecho de que las creencias ignoran su naturaleza de creencias y se posicionan como evidencias naturales. De igual manera, todo fenómeno cultural tiene tendencia a colocarse como fenómeno de la naturaleza. No solo nuestras formas de pensar, de percibir y de comprender el mundo y sus acontecimientos están mediatizadas por la cultura, lo que en ocasiones nos molesta admitir…, sino también nuestros gestos, nuestra forma de sentarnos, de comer, de caminar, de tener relaciones sexuales, etcétera; pensamos que son las cosas más naturales del mundo y, en realidad, llevan la marca de nuestras referencias culturales.
El caso de la alimentación es un excelente ejemplo: los gustos y los rechazos, hasta los muy naturales reflejos de náusea, son desencadenados por elementos culturales. Es la cultura la que decide con toda claridad lo que es bueno, lo que puede comerse y lo que no es comestible.
La realidad es ambigua. Las palabras, las frases, el comportamiento, la enfermedad, son ambiguos. El mundo entero es ambiguo y pone en evidencia la actividad de nuestras creencias. Porque podemos soportarlo todo salvo un mundo que no signifique nada. El ser humano, en todas las latitudes, manifiesta una necesidad fundamental de pensar que las cosas tienen un sentido, que responden a un orden, a una lógica…; es libre de construir sistemas filosóficos o teológicos elaborados en extremo, a pesar de su antropocentrismo evidente. Como decía el insolente M. de Voltaire, «Dios creó al hombre a su imagen y este le devolvió el favor». Un mismo objeto, un mismo acontecimiento, puede contener muchos sentidos diferentes. El ser humano siente la necesidad de otorgar un sentido a los acontecimientos, sobre todo cuando son inesperados, aleatorios o incontrolables. Para ello, crea teorías, culturas, mitos y religiones que le permiten representar los acontecimientos e inscribirlos en un conjunto significativo. Nada es más insoportable para el ser humano que el absurdo; es decir, lo que no está pensado, elaborado a nivel psíquico. La peor situación es permanecer en el porqué, en el sinsentido, no haber podido llegar a la representación interna por falta de sentido o por el exceso de angustia que esta representación pudiera implicar.
En busca de sentido
Uno de los elementos que permiten proceder a esta elaboración psíquica es la capacidad de atribución de sentido. Con ello, toda creencia ejerce una función positiva en la economía psíquica, cualesquiera que sean sus efectos, a partir de la comprensión de vivencias de sufrimiento y discursos de lamentos.
En su acercamiento terapéutico llamado logoterapia, el psiquiatra austriaco Viktor Frankl ha resaltado la importancia de encontrar un sentido a la vida, y para ello, construir una red de valores y de creencias estructurantes.
La logoterapia, que contiene la palabra griega logos, «razón, explicación», se centra en la búsqueda del sentido de la vida y de los valores, mientras el análisis existencial apunta a una vivencia libre y responsable, a la reflexión del hombre sobre su unicidad y su singularidad.
Frankl considera la necesidad de sentido como una fuerza de motivación innata según la cual el ser humano no puede, en ningún caso, dejar de desear una vida llena de sentido. Si aparecen sentimientos de frustración o de vacío, es la señal de que se desarrolla en sí un debate consigo mismo y con los demás sobre el valor de su propia vida.
V. Frankl, una de las causas más importantes de las neurosis o de otras enfermedades psíquicas reside en la pérdida de sentido, lo cual se entiende, al mismo tiempo, como pérdida de orientación (¿dónde?) y de significación (¿por qué?).
Frankl se sitúa en una línea existencialista. El sentido no es una idea abstracta, una opinión, sino que está anclada en cada vida humana. Es justo con la pérdida de sentido, con la desesperanza, cuando aparece la necesidad de sentido. No puede «poseerse» el sentido, sino solo vivirlo, cumplirlo. El individuo tiene necesidad de experiencias portadoras de sentido.
Descubrir un sentido en la vida no es un lujo, un accesorio del hombre moderno en el mundo; es una necesidad existencial fundamental.
Los GRANDES TERRENOS DE BÚSQUEDA DE SENTIDO
Aunque las creencias son innumerables, conciernen a temáticas fundamentales que pueden agruparse en varias categorías:
• Uno mismo • Los demás, el otro
• El mundo • El futuro
• La vida, la muerte • La salud, la enfermedad
• Dios
Estos elementos intentan ofrecer respuestas a las preguntas fundamentales que se formula el ser humano en su esfuerzo por encontrar un sentido a su vida y a lo que le sucede:
• ¿Quién soy yo?
• ¿Quiénes son los demás?, ¿qué puedo esperar de ellos?
• ¿Cuál es mi lugar en el mundo?
• ¿Cuál es mi futuro?, ¿obtendré lo que deseo?, ¿de qué manera?
• ¿Es mortal el ser humano o inmortal?, ¿hay una vida después de la muerte?
• ¿Qué es la enfermedad?, ¿de dónde vienen la enfermedad, la desgracia, la adversidad?, ¿qué he hecho para merecer eso?
• ¿Quién es Dios?, ¿qué me pide?
De manera inconsciente y automática, hacemos un llamamiento a nuestras creencias cada vez que tenemos que realizar una elección. En
el fondo, cada uno de nosotros tiene pocas creencias en realidad, pero están activas de manera permanente. Y cuando las creencias cambian, cambian asimismo muchos aspectos de nuestra vida: nuestras elecciones, nuestras conductas y nuestros estados emocionales.
De manera inconsciente y automática, hacemos un llamamiento a nuestras creencias cada vez que tenemos que realizar una elección. En el fondo, cada uno de nosotros tiene pocas creencias en realidad, pero están activas de manera permanente. Y cuando las creencias cambian, cambian asimismo muchos aspectos de nuestra vida: nuestras elecciones, nuestras conductas y nuestros estados emocionales
Creencias, sentido y salud
Cualquier enfermedad, ya sea somática o psíquica, es, bien entendida,
un fenómeno personal, una vivencia individual, pero también un fenómeno cultural. Su definición, su reconocimiento, el hecho de asumirla y su interpretación se fundamentan en los sistemas de valores y de creencias de la sociedad a la cual el individuo pertenece: «¿cuáles son sus causas?», «¿cómo debo interpretar tal o cual síntoma?», «¿cómo debo asumirla?», y, con mucha frecuencia, «¿por qué a mí?, ¿qué es lo que he hecho?».
La antropología de la salud nos invita a distinguir dos términos ingleses diferentes para hablar de una enfermedad: disease e illness. La primera de ellas evoca la enfermedad en tanto que objeto de la medicina, la enfermedad tal como es comprendida o explicada por la ciencia, mientras que la segunda se relaciona con la enfermedad tal como es vivida por el enfermo. Se trata, desde esta óptica, de cuestionar la enfermedad desde el punto de vista del enfermo, es decir, tanto la representación que se hace el enfermo de su estado como la vivencia subjetiva, experimental, de este. Porque el sujeto elabora, teorías alrededor de su estado, procede a una verdadera construcción y pasa de manera inevitable por una búsqueda de explicaciones, la búsqueda y la atribución de un sentido que responda a la pregunta «¿por qué?», y con frecuencia, «¿por qué a mí?».
La pregunta «¿por qué yo?» se refiere a aquello que los psicosociólogos (Lerner) han identificado como «necesidad de creer en la existencia de un mundo justo». En el nivel de las representaciones compartidas a nivel social, esta necesidad tiene éxito en la formación de creencias como «las personas obtienen lo que se merecen» o «merecen lo que obtienen». Algunas tradiciones culturales o espirituales ven en la enfermedad —y, más allá de ello, en la adversidad— la manifestación de un desorden que sobreviene en el orden normal de las cosas.
Las atribuciones internas
Las atribuciones internas son aquellas mediante las cuales se atribuye la causa de un acontecimiento X a factores que emanan de las personas mismas. Se habla entonces de causalidad interna, o incluso de factores de disposición. Respecto a las enfermedades, la causalidad interna está muy extendida en Occidente. Esta causalidad atribuye la aparición de la enfermedad al estrés, a la angustia, al rechazo a expresar emociones, a la culpa por no haber puesto atención o por haber transgredido una prohibición moral o religiosa; la enfermedad sería, pues, como un castigo expiatorio.
Las atribuciones externas
Por el contrario, las atribuciones externas explican un acontecimiento X como resultado de fuerzas o de determinismos que emanan del ambiente. Se habla en este caso de causalidad externa o de factores situacionales. La causalidad externa de las enfermedades apunta a un origen exógeno: la alimentación, la contaminación, el ambiente, el azar. Las culturas africanas, por ejemplo, sitúan en primer plano las causalidades externas, como los poderes de los demás —brujería, divinidades, espíritus, etcétera—, en la interpretación de las enfermedades y de las desgracias. El origen de la enfermedad, de la desgracia o del sufrimiento está siempre fuera; estos acontecimientos o impactos son siempre entendidos como manifestaciones de una voluntad hostil, ajena al individuo.
En otros terrenos al de la enfermedad, por ejemplo, un fracaso en algún examen, este podría ser atribuido a una falta de esfuerzo o de inteligencia personal (causalidad interna / factores de disposición), o bien al hecho de que el tema era demasiado difícil y no correspondía a la tradición cultural del examinado (causalidad externa / factores situacionales).
Los psicosociólogos han señalado una tendencia general muy extendida a atribuir los éxitos a causas internas y los fracasos a causas externas.
La causalidad interna presenta el efecto de reforzar la ilusión de un poder sobre los acontecimientos. Es un efecto que responsabiliza, pero su contrapartida es la culpabilidad.
La causalidad externa le quita al sujeto toda responsabilidad, aun-que lo confronta con la angustia de la pérdida de control sobre los acontecimientos.
De acuerdo con A. Beck, pionero de las terapias conductuales y cognitivas, el sujeto depresivo se maltrata a sí mismo a través del manejo equivocado de la información, por ejemplo, cuando procede a generalizaciones o cuando se atribuye a sí mismo la responsabilidad de todo lo que no le funciona (personificación).
Sus ideas negativas se dirigen hacia sí mismo, hacia el mundo y hacia el futuro. Esos pensamientos («cogniciones») llevan en sí la emergencia de una vivencia emocional negativa y dolorosa y la adopción de conductas de repliegue depresivo.
El trabajo terapéutico en este enfoque conduce a interrogar al paciente sobre lo que se dice a sí mismo en su discurso interno («pensamientos automáticos») para situarse en tal estado de malestar. Es el momento de determinar los sistemas de atribución utilizados, así como los errores lógicos que se hallan bajo de esos pensamientos, y proceder a realizar ejercicios de reestructuración cognitiva.
En ocasiones se utiliza un esquema para ayudar a los pacientes y a los terapeutas a situar y a organizar los diferentes datos.
Ejemplo
Situación (contexto) | Emoción | Pensamiento (discurso interno: lo que me digo para ponerme en ese estado) | % de creencia en este caso | Reestructuración del pensamiento (lo que podría decirme para sentirme mejor en esta situación) | % reevaluado | Emoción reevaluada |
Mi hija fracasó en el bachillerato | Tristeza 90% Coraje 20% | Es culpa mía; soy una mala madre | 95% | No hay fracasos, sólo aprendizajes | 10% | Malestar 5% |
El profesor me interroga | Vergüenza 80% Tristeza 50% | Los demás van a pensar que no valgo nada | 90% | El aprendizaje se logra por ensayo y error. Estoy aquí para aprender. No saber responder una pregunta no significa que yo no valga nada. | 15% | Malestar 5% |
Las creencias principales que se encuentran entre las personas depresivas tienen características de diferentes esquemas. Se trata principalmente de los siguientes:
• Esquema de amor: «Para ser amado, debo ocuparme de todo el mundo. No puedo tener conflictos con nadie». «Soy desgraciado si no me siento amado de manera incondicional».
• Esquema de perfeccionismo: «Debo hacer a la perfección todo lo que tengo que hacer; si no, no valgo nada».
• Esquema de éxito: «Si no logro el éxito en todo lo que hago, significa que soy estúpido o incompetente».
• Necesidad de ser aprobado: «Tengo el sentimiento de tener valor si (todos) los demás aprueban (todo) lo que hago y lo que digo».
• Derecho a la consideración de los demás: «Es necesario que las personas sean (siempre) amables, honestas, sacrificadas, estén disponibles…».
• Código moral personal: «Debo ser siempre amable, honesta, sacrificada, y estar disponible; si no, soy un monstruo».
• Esquema de omnipotencia: «Debo ser autónomo por completo. Tener necesidad de los demás es un signo de debilidad y de dependencia».
Como puede observarse, los esquemas cognitivos básicos están, en esencia, constituidos por creencias que conducen a una misma temática. Consideramos que una creencia no es jamás ni verdadera ni falsa. La petición que se hace es, simplemente, saber si es o no pertinente, adaptada y funcional. ¿Es coherente con el movimiento incesante de la vida?